Recientemente ha surgido la noticia de que el gobierno de Estados Unidos está debatiendo seriamente la posibilidad de prohibir las grasas trans artificiales en los productos alimenticios. Las grasas trans también se encuentran de forma natural en algunos alimentos pero en muy pequeñas proporciones, como en la leche o en la grasa de algunos animales rumiantes. El tema tiene una importancia muy relevante por lo que respecta a la salud, por eso quisiera aclarar qué son las grasas trans -que, os recuerdo, están permitidas en toda la Unión Europea-  y cuáles son las consecuencias de su consumo.
Las grasas trans artificiales se obtienen industrialmente alterando la composición de las mismas mediante un proceso denominado hidrogenación, que consiste en la introducción de hidrógenos en las cadenas carbonadas. Con este método se consigue que grasas que en un principio eran líquidas se conviertan en sólidas, este es el caso de las margarinas que no son más que aceites vegetales hidrogenados. Otra forma de obtención de grasas trans es con el horneado como ocurre con la bollería al someter los aceites a altas temperaturas.

Esta transformación química de las grasas trans no tendría mayor transcendencia si no fuese por los efectos perniciosos que ocasiona a la salud como el aumento de colesterol malo o LDL, la disminución de colesterol bueno o HDL, aumentan los niveles de triglicéridos, mayor riesgo de enfermedades coronarias, obesidad, retraso del crecimiento, mayor incidencia del cáncer de mama y un largo etcétera.
Las grasas trans se encuentran en snacks, bollería industrial, aperitivos salados, platos preparados, margarinas, galletas… La razón de su uso en la industria alimentaria es por un lado económica y también porque este tipo de grasas mejoran la textura de los productos, los hacen más estables al paso del tiempo y prolongan su frescura.

Todo esto debería hacernos reflexionar acerca de los cambios alimenticios que estamos llevando a cabo en las últimas décadas, abandonando nuestra alimentación tradicional y adoptando -sobre todo entre la población más joven- hábitos alimenticios muy poco saludables.
En la medida de lo posible deberíamos reducir el consumo de platos precocinados elaborándolos  nosotros en casa y procurar que nuestros hijos reduzcan el consumo de bollería. Una buena opción es prepararles un bocadillo para el recreo o la merienda y una pieza de fruta.

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